martes, 15 de octubre de 2013

SEMBRANDO EMPRESARIOS


FELICITACIONES A TODOS LOS ALUMNOS DE LA ESCUELA 12 QUE CALIFICARON A LAS FINALES NACIONALES DE SEMBRANDO EMPRESARIOS
   

viernes, 4 de octubre de 2013

CORTÁZAR

El hombre que más sabe de la vida y obra de Julio Cortázar 

Es el editor de cartas, papeles y clases del escritor argentino. En 2014 formará parte de las jornadas que se realizarán en la Biblioteca Nacional dedicadas al autor de Rayuela.

El filólogo español Carles Álvarez Garriga –editor de los papeles, clases y cartas que dejó Julio Cortázar– integrará las jornadas que planea la Biblioteca Nacional para 2014 a cien años del nacimiento del autor de Rayuela.
"No le digo ‘Julio’, le digo ‘Cortázar’, no es mi amigo, yo trabajo para él", aclaró el estudioso "archilector, pero no fanático" que llegó a Buenos Aires por tercera vez y fue entrevistado por Leticia Pogoriles para la agencia Télam. Álvarez Garriga (Barcelona, 1968) es el editor de cuentos del autor argentino. Además, junto a Aurora Bernárdez –viuda, heredera y albacea del escritor–, editaron Cartas a los Jonquières, Papeles inesperados, cinco tomos de Cartas y últimamente Clases de literatura. Berkeley, 1980, todos por Alfaguara.
"Sé más cosas de la vida de Cortázar que de la mía. Puedo decir de memoria en qué lugar estaba cada mes y cada año y no me acuerdo adónde estaba yo. He leído los cinco volúmenes de las cartas, que son 3000 páginas, por lo menos diez veces", confiesa.
Cuenta que su pasión empezó cuando tenía 14 años y comenzó a leer una serie de cuentos y la Historia de Cronopios y de Famas. "En un mes leí 1000 páginas y eso te cambia la vida, por poco sensible que sea uno", cuenta. Esa experiencia dejó una marca, algo así como "los tocados por Cortázar", como define.
Locuaz, detallista y cálido, Álvarez Garriga cumple con el mandato que cualquier cortazariano hubiera soñado: Bernárdez le pidió que se encargara de ordenar, editar y rastrear papeles y correspondencia de quien había sido su compañero. La viuda –una señora de 90 años– se había decidido luego de leer la tesis doctoral del español sobre los prólogos cortazarianos y viajó a España para contratarlo. "He tenido la fortuna de hacer una tesis que leyó Aurora y le gustó tanto que vino a conocerme. Nos hicimos amigos y cuando falleció Saúl Yurkievich –encargado de las primeras ediciones– tomé el relevo."
Cansado de escribir discursos para tres políticos de diferentes partidos, Álvarez aceptó el desafío de editar inéditos de Cortázar, pero antes la viuda fue cautelosa. "Me dijo algo profético: 'Andate con mucho cuidado, pensalo bien, porque Julio te va a vampirizar.' Es que trabajar tan de cerca con un escritor y con uno tan simpático, psicológicamente es peligroso", concede. 
"Es un escritor que procuró la empatía y es el primero en lengua castellana que libera todos los clichés de la retórica. No te perdona la vida, no es condescendiente, pero te trata bien", dice el filólogo. "Normalmente la gente piensa que Cortázar era como Horacio Oliveira (protagonista de Rayuela), un tipo despreocupado, un loco lindo, pero era muy formal, serio, ordenado y puntual. No era un cronopio, no tiraba dentífrico en los sombreros de los famas", desmiente.
Queda claro que Álvarez Garriga es un experto. Lo consultan de todo el mundo, sabe fragmentos de memoria y tiene una biblioteca envidiable para los coleccionistas. Además visitó la tumba de Cortázar en Montparnasse (París) al menos diez veces, un altar donde fanáticos dejan ofrendas de todo tipo. "Leí una vez que un tipo se quedó sin plata e iba a la tumba para llevarse el tabaco. Si Cortázar supiera esto, le hubiera encantado. La lápida como expendedora", se ríe.
Referente de obra y vida, Álvarez Garriga es parte del comité que organiza las Jornadas Internacionales "Lecturas y relecturas de Julio Cortázar” para agosto del año que viene en la Biblioteca Nacional, en el marco del Año Cortázar: 100 años con Julio, una serie de homenajes del Estado Nacional al hombre que marcó un hito insoslayable en la narrativa contemporánea.
"Las jornadas son ambiciosas. Vendrá mucha gente del exterior y de aquí, no será un congreso de alabanzas porque habrá gente que no es cortazariana. Será interesante para el público porque habrá debates. Si todo es una loa no tiene gracia", destaca.
"El año que viene, Argentina va a pagar la deuda con Cortázar. No lo ha tratado bien, algunos no le perdonaron que escribiera desde Francia, ni su peronismo, ni su antiperonismo, ni que fuera de izquierdas, incluso que pronunciara la 'r' a la francesa. Para muchos era considerado 'un escritor de la secundaria'. Esto es un reconocimiento", opina.
Al aluvión Cortázar, el editor lo llama "bombardeo" y considera que "no hay que avasallar al lector. Todo lo que publica Aurora, él lo hubiera publicado. Tanto, agota. Aquí entra la industria, intereses, todos quieren a Cortázar de su lado. Por suerte, Aurora es muy prudente en eso", desliza.
Entonces, ¿hay Cortázar para rato? "La obra escrita se terminó con las clases de literatura, puede haber una edición aumentada de los 'Papeles' pero hay que rastrearlos. No hay mucho más, a menos que alguien venga con Las nubes y el arquero, una novela de 500 páginas, que Cortázar quemó y, según él, tenía un trasfondo homosexual. La estoy buscando desde 1993."

FUENTE:
TIEMPO ARGENTINO
   

FERIA DE LAS CARRERAS 2013


ALUMNOS DE QUINTO Y SEXTO AÑO EN LA FERIA DE LAS CARRERAS 2013
   

martes, 1 de octubre de 2013

CONTINUIDAD DE LOS PARQUES DE JULIO CORTÁZAR

Había empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por negocios urgentes, volvió a abrirla cuando regresaba en tren a la finca; se dejaba interesar lentamente por la trama, por el dibujo de los personajes. Esa tarde, después de escribir una carta a su apoderado y discutir con el mayordomo una cuestión de aparcerías, volvió al libro en la tranquilidad del estudio que miraba hacia el parque de los robles. Arrellanado en su sillón favorito, de espaldas a la puerta que lo hubiera molestado como una irritante posibilidad de intrusiones, dejó que su mano izquierda acariciara una y otra vez el terciopelo verde y se puso a leer los últimos capítulos. Su memoria retenía sin esfuerzo los nombres y las imágenes de los protagonistas; la ilusión novelesca lo ganó casi en seguida. Gozaba del placer casi perverso de irse desgajando línea a línea de lo que lo rodeaba, y sentir a la vez que su cabeza descansaba cómodamente en el terciopelo del alto respaldo, que los cigarrillos seguían al alcance de la mano, que más allá de los ventanales danzaba el aire del atardecer bajo los robles. Palabra a palabra, absorbido por la sórdida disyuntiva de los héroes, dejándose ir hacia las imágenes que se concertaban y adquirían color y movimiento, fue testigo del último encuentro en la cabaña del monte. Primero entraba la mujer, recelosa; ahora llegaba el amante, lastimada la cara por el chicotazo de una rama. Admirablemente restañaba ella la sangre con sus besos, pero él rechazaba las caricias, no había venido para repetir las ceremonias de una pasión secreta, protegida por un mundo de hojas secas y senderos furtivos. El puñal se entibiaba contra su pecho, y debajo latía la libertad agazapada. Un diálogo anhelante corría por las páginas como un arroyo de serpientes, y se sentía que todo estaba decidido desde siempre. Hasta esas caricias que enredaban el cuerpo del amante como queriendo retenerlo y disuadirlo, dibujaban abominablemente la figura de otro cuerpo que era necesario destruir. Nada había sido olvidado: coartadas, azares, posibles errores. A partir de esa hora cada instante tenía su empleo minuciosamente atribuido. El doble repaso despiadado se interrumpía apenas para que una mano acariciara una mejilla. Empezaba a anochecer.

Sin mirarse ya, atados rígidamente a la tarea que los esperaba, se separaron en la puerta de la cabaña. Ella debía seguir por la senda que iba al norte. Desde la senda opuesta él se volvió un instante para verla correr con el pelo suelto. Corrió a su vez, parapetándose en los árboles y los setos, hasta distinguir en la bruma malva del crepúsculo la alameda que llevaba a la casa. Los perros no debían ladrar, y no ladraron. El mayordomo no estaría a esa hora, y no estaba. Subió los tres peldaños del porche y entró. Desde la sangre galopando en sus oídos le llegaban las palabras de la mujer: primero una sala azul, después una galería, una escalera alfombrada. En lo alto, dos puertas. Nadie en la primera habitación, nadie en la segunda. La puerta del salón, y entonces el puñal en la mano, la luz de los ventanales, el alto respaldo de un sillón de terciopelo verde, la cabeza del hombre en el sillón leyendo una novela.

CONTINUIDAD DE LOS PARQUES

JULIO CORTÁZAR