martes, 28 de junio de 2016

ARTICULO DE LA REVISTA EL CARAPACHAY, SOBRE LA OBRA EL CARAPACHAY DE SARMIENTO

CARAPACHAY POR SARMIENTO

El carapachayo Sarmiento.

Hay una imagen de Sarmiento que sin ser la más conocida es una especie de síntesis y resumen de su condición anclada entre la barbarie y la civilización. En 1855 o 1856 Sarmiento compra un terreno en el Delta de Tigre, cuando llega al lugar, que no era un desierto, y bajando nomás de la chalana que lo transportaba, agarra su carabina y en un arrebato de euforia que ni él mismo puede explicarse, comienza a tirar tiros al aire en señal de afirmación y de festejo. Durante 15 minutos, carga y detona el arma ante la mirada atónita de sus futuros vecinos. La anécdota referida se deja ver, sólo en parte, en el prólogo que Liborio Justo hace de “El Carapachay”, libro póstumo de Sarmiento que recopila los escritos que sobre el delta escribiera entre 1855 y 1883, y en rigor evoca un artículo crítico a la presidencia de Sarmiento publicado en el año 1874 en el diario La Nación. La anécdota, por genial que sea, representa sin embargo una anomalía en el texto, un injerto se podría decir, porque en realidad el prologó de Justo se centra en el rastreo de los antecedentes escriturales de El Carapachay. Se trata de un trabajo minucioso y detallado que recorre uno a uno los textos que antecedieron a Sarmiento, un Liborio Justo genuino, en su mejor expresión.

En lo que tiene que ver con el prólogo en general, la anécdota funciona como un impase en esa especie de historia de la literatura que ensaya Justo, otorgándole a todo el texto un tono justificativo, una impronta se podría decir, que posibilita lecturas tangenciales de la cuestión. En el mismo párrafo y antes de referirse a la anécdota Justo se pregunta como al pasar: “¿Cómo descubrió Sarmiento el Delta del Paraná?” y se responde con mucha perspicacia, “En realidad, podríamos decir que, antes de conocerlo, Sarmiento ya lo había intuido.”. Así planteada la idea de descubrimiento que pone en juego Justo, es una idea que se corresponde no tanto con la figura del que conoce por primera vez sino más bien con la idea del que inaugura, el que da inicio, el que inventa. En esta secuencia diseñada por Justo el descubridor es el creador. Los antecedentes que enumera y describe detalladamente no tienen este carácter inaugural que tienen los escritos de Sarmiento y ese es el punto que la anécdota viene a reforzar, a potenciar. Con Sarmiento, en la visión de Justo, el delta salta del plano ficcional en que lo habían colocado Sastre con su Tempe argentino y las demás narraciones de viajeros, para colocarse en un plano de realidad tangible. El trabajo de Justo es justificativo, entonces, porque en efecto lo que hace es reforzar una idea que ya estaba presente en el trabajo de Sarmiento. La idea de que fue el propio Sarmiento el que inventó el Delta.

La tesis central de Justo es que sólo Sarmiento con toda su prepotencia y su soberbia, era capaz de conjugar los escollos geográficos y políticos con las deficiencias literarias de la época, para convertirlos en una narrativa inaugural capaz de generar un universo nuevo y único como el delta. La imagen de Sarmiento tomando posesión de una isla a los tiros no es entonces una mera anécdota, está ahí para decir algo sobre Sarmiento, está ahí para afirmar algo. Sarmiento tomando posesión de la isla a los tiros, es la imagen con que Justo sintetiza la acción inaugural, creadora y arrebatadora de Sarmiento respecto del delta.

En este sentido, El Carapachay de Sarmiento sin ser un texto conocido, ni siquiera dentro de la obra de Sarmiento, tiene sin embargo algo inaugural, pone en juego lo mejor y lo peor de un Sarmiento que ya no está en pie de guerra con Rosas o Urquiza, ni siquiera con la idea de confederación como lo evidenciaría unos años antes en su Argirópolis. Pero sobre todo porque pone en juego algo que como bien intentó señalar Justo, hasta él no se había puesto en juego. Ese algo es la experiencia vital, la vivencia. A diferencia de los comerciantes y aventureros que hablaron del delta como lo hacen las personas que hablan de lo que no saben; a diferencia de Sastre que aún conociendo el delta había decidido hablar de el mismo como si no lo conociera en absoluto; Sarmiento hablaba del delta como si estuviera hablando de sí mismo, porque Sarmiento conocía bien el delta, lo sentía, lo comprendía, ciertamente también lo quería cambiar en muchos aspectos, pero sus aspiraciones de cambio estaban signadas por un ideal que no era del todo claro mientras que sus narraciones sobre delta se anclaban fuertemente en una experiencia vital. Así, Sarmiento sabía y comprendía lo que ese cambio requería en términos de laboriosidad y en términos de sacrificios. Así, Sarmiento sabía que aquella tierra más allá de su belleza no era un lugar para cualquiera. Así, Sarmiento sabía que sólo desde dentro el delta podía transformarse a ese mismo delta en algo extraordinario. Hasta tal punto Sarmiento creía en esto que no dudó ni por un segundo en afirmar que las tierras en cuestión debían ser propiedad de sus actuales ocupantes o de aquellos que quisiesen ocuparlas de manera permanente. Más aún, desde fuera y desde dentro del estado, como publicista o funcionario, impulsó y defendió la titularización de las tierras del delta por parte de sus actuales dueños, los carapachayos, una idea, que como se dijo en algún lado pondría en aprietos a más de un detractor del sanjuanino.

El carapachay, como se dijo, tiene algo inaugural y como se dijo también, esto no es ajeno a las propias intenciones de Sarmiento. Todos los escritos, que corresponden a épocas muy diferentes de su vida, ponen en juego está idea, muy típica del sanjuanino, de que es gracias a él que el delta existe. Pero uno en especial lleva esta cuestión a un plano mucho más sofisticado y complejo que los demás. De entre todos los artículos aquel con el que empieza el libro y del cual les presentamos a continuación un breve fragmento, pone en funcionamiento un enorme aparato de significaciones cuyo objetivo, podría decirse, es otorgarle a esa parte del mundo desconocida, hasta por la ciudad de Buenos Aires, un origen mítico. El mito de origen necesario, indispensable para toda construcción potente y estable. El mito de origen necesario para toda construcción trascendente.

En este sentido, el intento de Sarmiento es un intento fallido en varios aspectos. Ninguna de sus aspiraciones llegó a buen puerto, los carapachayos nunca tuvieron su tierra en la forma en que Sarmiento quería que la tuviera. El desarrollo sostenido e indefinido augurado para el delta, nunca se concretó en el sentido que Sarmiento lo imaginó. Las riquezas que se generarían en el delta a partir del mimbre, el durazno y la naranja sólo se dieron en algunos periodos de la historia y en ningún caso dieron lugar a una industria durable. Y así prácticamente con todas y cada una de las predicciones realizadas por Sarmiento. Con todo, en lo que tiene que ver con la narración construida por Sarmiento en torno al delta, El carapachay sigue siendo aún hoy y a pesar de su poca difusión, una de las narraciones más fieles, creíbles y potentes que sobre el delta se hayan escrito. Por esto, pero también por el reconocimiento de algo así como una deuda, la inclusión de este clásico en el primer número de esta, nuestra Carapachay, era algo ineludible.

Los dejamos entonces con este gran fragmento de “El carapachay” de Sarmiento, para que lo disfruten.

Luciano Guiñazú

TEXTO ORIGINAL DE SARMIENTO

El Carapachay, imágenes de las islas del delta del Paraná

Formación. Tradiciones. Tiempos heroicos.[1]

De los misterios de la creación la pobre observación humana no ha podido comprender sino aquello que por su naturaleza prosaica, misterios no podían ser. Hínchase a veces la tierra, y como el Monte Nuevo de los alrededores de Nápoles, produce de la noche a la mañana una imperceptible arruga de su superficie, una montaña; pero de aquellas antiguas revoluciones que marcan las diversas capas que componen su costa sólida, aquel sucederse a lechos de mar, rocas, y a éstos lagos dulces, como si montañas, lagos y mares hubiesen andado vagando y empujándose sin saber dónde fijarse definitivamente, nada se comprende en cuanto a las épocas, duración, agentes motores, y motivos de su inercia actual.

Otro procedimiento de creación lenta se presenta a nuestra vista en todos los países del mundo, y por lo que nos interesa actualmente, vamos a describir acaso el más notable por su extensión que se efectúa hoy en todo el globo.

Son las aguas el agente más destructor que se presenta a nuestros ojos, sin que las rocas más duras resistan a su acción disolvente, por lo que con sus avenidas, sus torrentes y sus ríos, concluirán por desbaratar todo el globo, si no les estuviese encargada otra obra de reparación , depositando en lugares marcados las partículas terrosas que acarrean consigo. Al confundirse sus raudales con el mar, los ríos encuentran una corriente inversa que perturba su marcha, y deteniéndose a veces con la marea, haciéndolos desandar su camino, tienen que purificar sus aguas deponiendo el impuro limo que arrastran.

En la boca de cada arroyuelo se forma un depósito que se llama barra, cuando aún no aparece a la superficie, y en los grandes ríos la barra se apellida delta, después de que se ha consolidado y levantándose lo bastante para quedar en seco. El río tiene dos embocaduras por los dos costados del triángulo, y sucediéndose nuevas deltas, estas embocaduras varían el número y dirección de las bocas de los ríos. Contabasele al Nilo siete bocas, tiene otras tantas el Mississippi, y cada una de estas grandes arterias del movimiento visible de las aguas y de la tierra es un largo drama de luchas, de despojos y de conquistas. El hombre cubre hoy con sus ciudades y campañas labradas las deltas del Egipto, del Indo y del Ganges. Venecia está fundada sobe las islas de la delta del Adige y el Po.

El cabo San Antonio y el cabo Santa María señalan en el mapa los estragos que hizo el Río de la Plata al hacer su primera irrupción en el Atlántico. Tan grande es la abertura, que Solís la tomó por bahía y engolfó sus carabelas río arriba, buscando paso al que otro más afortunado llamó después mar Pacífico. La obra de reparación es más colosal todavía, principiando la delta del Plata en San Nicolás, y alcanzando ya hasta la altura de San Fernando, en las islas que subdividen el Paraná Guazú, Miní y de las Palmas, sin contar los centenares de arroyos subalternos que en otro estuario pasarían plaza de caudalosos ríos. La obra subacuática continúa hacia la embocadura del Plata por el Paraná de las Palmas, el banco Ortiz, y el inglés de fatídica presencia, que es la última delta que está preparando para tiempo y pueblos futuros. El Río de la Plata se embanca rápidamente en toda su extensión y en pocos siglos más Buenos Aires habrá dejado de ser puerto, y porteños se llamarán sólo los que pueblen la Ensenada para entonces el puerto hábil del río, o el Salado, el gran emporio del Atlántico, que como Nueva York, tendrá a su respaldo el Hudson y la zona, cuyas entradas guarda.

Las islas vienen invadiendo a pasos rápidos o más bien marchan hacia el mar, y el instrumento y la operación de hacer islas está a la vista de todos. Cuando el banco arenoso empieza a acercarse a la superficie, nace el junco, que eleva sus hilos de manera de juntar una apariencia de tierra que aún no existe. Pero el juncal es una coladera inventada por la naturaleza para forzar el agua a detenerse y deponer el limo amarilloso que da color, con lo que se forma el terreno vegetal. Las cardas, espadañas y otras plantas acuáticas nacen sobre este lecho que el junco les ha preparado, y ya puede decirse que la tierra comienza a emanciparse del dominio de las aguas y a respirar el aire vital. Muy pocos años se necesitan para que la nueva creación se engalane con el ceibo de flores de color aterciopelado y que sólo vive en el límite fangoso de las tierras sumergibles. Entonces la tierra está hecha, feraz cubierta de plantas acuáticas que crecen sobre un terreno tibio, húmedo, de color amarillo, como el río su padre, cual si el agua se hubiese consolidado y recargado de estos vegetales que lo constituyen una verdadera tierra de bruyére para el cultivo de plantas de conservatorio. El Junco es el primer día de la creación de islas; las cardas y el ceibo hacen la mañana y la tarde del día segundo. Sobre los frágiles juncos se mece luego el blandengue[2], avecilla de cuero colorado por imitar a los ceibos floridos, mientras que la tierra incuba larvas que devoran las hojas anchas de las plantas acuáticas. Un roedor sin nombre es el primer cuadrúpedo que reina en esta creación embrionaria.

Mientras el junco avanza como una guerrilla de descubierta, y se crea la tierra nueva, las islas de más antigua data se ha secado a los huracanes lo bastante para dar nacimiento a otras plantas de composición más esmerada. Figuran como arbusto la Rama Negra, el Sarandí, el Amarillo, el Miní. Descuellan el Laurel, la Cuaca, el Canelo, y otros arbustos de adorno y árboles de leña. Manadas de carpinchos (babirusa) frecuentan sus costas, bañándose en los canales las noches de luna, y guareciéndose de día entre las enredaderas que entretejen las plantas, arbustos y árboles en impenetrables masas de verdura. Y esta es la mañana del día tercero, que la tarde la forman los duraznales que empiezan a mostrarse de trecho en trecho con sus sábanas de flores rosadas en la primavera y sus dorados frutos en el otoño. ¡Cómo hacer comprender al habitante de ciertas regiones de la fértil Francia, donde pueblos enteros viven de cultivar en abanico los duraznos arrimados a paredes de ladrillo construidas al efecto para que ayuden con su calor artificial el proceso de la vegetación; cómo hacerles comprender, decíamos, que hay islas encantadas donde crecen espontáneamente los duraznos y cubren la superficie del río con sus flores deshojadas o sus frutos desperdiciados, que son un don de Dios, sin otro dueño que el que tiende la mano a cogerlos, y que exporta, no en canastillas de mimbre por docenas, sino en lanchas cargadas de borda a borda para vender por un maravedí el cinto a los habitantes de la ciudades! Pero ¿qué diría si añadimos que a la región de los duraznos se sucede la de los naranjos que ocupan islas enteras, y una sucesión de islas que abraza veinte o treinta leguas, sin ser celebradas como el verdadero jardín de las Hespérides, tan cierto es que el hombre en sus sueños poéticos, no hace más que presentir o adivinar la belleza que Dios creó, y existe y él no hace más que idealizar?

Más arriba las islas son altas, el tala desarrolla su espinoso ramaje como en el continente, y la gramilla, y la cola de zorro invitan los ganados a pacerlos. Discurren venados y gamas[3] por aquellas soledades y persíguenlos tigres hambrientos y feroces, que de isla en isla descienden del Entre Ríos extraviados o huyendo de las inundaciones que penetran en sus guaridas. Entre las enredaderas de flores vistosas hay una que produce una papa suculenta y saludable, y entre las gramíneas hay porotillos deliciosos que suministran grato alimento a los occidentales habitantes de las islas. Las pavas del monte son el rival feliz de los faisanes de la India, y en las islas tienen entre cañaverales sus moradas. Como se ve, la creación está tocando a su apogeo de belleza a medida que se asciende río arriba, hasta las islas de Santa Fe y de Corrientes, cubiertas de bosques seculares, sobre los que descuellan palmeras de madera utilizable, y donde abundan leones, yaguares, osos hormigueros, monos y caimanes voraces.

Tantas maravillas no fueron creadas para dejarlas abandonadas a las alimañas.

El sexto día de la creación de las islas, después de toda ánima viviente, apareció el carapachayo, bípedo parecido en todo a los que habitamos el continente, sólo que es anfibio, come pescado , naranjas y duraznos, y en lugar de andar a caballo como el gaucho, boga en chalanas en canales misteriosos, ignotos y apenas explorados que dividen y subdividen el Carapachay en laberinto veneciano, nombre lógico que presta al país los hombres que lo habitan, al revés de los otros países que dan su nombre al habitante, como de Francia francés, de España español. Aquí existía el carapachayo, sin que hubiera Carapachay, que nosotros hemos tenido que inventar, ya que nos ha cabido el honor de ser el primer Herodoto que describe estas afortunadas comarcas. ¿Es anterior el carapachayo al Carapachay, el contenido al continente insular? Esta cuestión grave esperamos que la someta a concurso el Rector de la Universidad.

Alguna luz puede arrojar la circunstancia notable de que no exista aún la carapachaya, al menos en las proporciones conocidas en tierra firme o en las islas consumadas. En nuestras repetidas incursiones a las islas, no hemos encontrado que revele que haya sido sustraída una costilla al primer carapachayo para hacer de ella la ninfa de las islas, sino es una, que a ser genuina, amenaza constituir una variedad singular de nuestra especie. Llámanla Manuela, para que se parezca a algo de su género en tierra firme y es conocida y temida aún en San Fernando, a cuyo puerto suele arribar manejando diestramente su chalana, a la punta de un largo botador de caña tacuara de las islas. Su figura alta y descarnada, su color cobrizo obscuro, y sus antebrazos extraordinariamente cortos, a guisa de los del yacaré, pegados a un busto breve, seguido de unas faldas en extremo largas, le dan una apariencia fantástica, cuando en las noches de luna deja ver su talla larga de pie sobre la chalana, como una estatua del gusto gótico, blandiendo el botador sobre cuyo extremo apoya el cuerpo sin inclinarse. Cuéntase de ella historias extrañas, y no obstante una fealdad que haría poco honor a su creador, si no la hiciera en vía de ensayo, achácanle seducciones de jóvenes dependientes de San Fernando, a quienes hizo en sus días juveniles derrochar las fortunas de sus patrones, llevando uno a sus islas, cual otra Calipso a gozar de sus espantables encantos, habiendo desaparecido, muerto o ahogado, Dios sabe lo que hubo, sin que la justicia hubiese podido nunca averiguar nada, ni el rumor público justificar sus sospechas, sin creer en la pretendida muerte dada por un tigre que acometió al infeliz, en sus paseos solitarios por el canal de Torito que discurre sombrío y estrecho entre cardones y arbustos que se entretejen de una a otra ribera.

Sea de ello lo que fuere, el carapachay no ha sido extraño a nuestras terribles luchas civiles. El General Lavalle reunió en las islas más de cuatrocientos que formaron el núcleo del ejército libertador. Las islas son un asilo en tiempos de revueltas, y por tanto un antemural contra la tiranía, el orden, la policía y la autoridad. El Gaucho perseguido por la justicia apunta hacia las islas, y cruzando a nado un arroyo puede decirse que ha salvado la frontera del reino del sable y del caballo. Donde la chalana comienza, la Pampa y sus gustos se quedan con un palmo de legua, el Juez de Paz incluso.

Las ocupaciones del carapachayo son análogas a las producciones del país. Corta leña, da caza a los tigres, hace carbón, colecta cuero de nutria, lleva a Buenos Aires lanchas de duraznos, y de vez en cuando algún animoso comerciante arruinado endereza sus negocios, desaparecido de las ciudades, y afiliándose carapachayo para extraer ácido de naranjas o destilar aguardiente de durazno. Las cañas tacuaras son una valiosa producción a la que se añaden timones de arado, masas y camas de carretas, cortados de árboles de madera. Sus alimentos los procuran de la caza y la pesca, que es abundantísima, valuándola en pacúes, dorados, pejerreyes, tortugas, anguilas, armados, sábalos, patíes, bagres y otras variedades. La venenosa raya no oculta su traidora púa, ni los yacarés descienden al río desde sus guaridas de Corrientes y Santa Fe. Apenas uno que otro tigre desgaritado puede verse para embellecer el paisaje y dar color a la escena, nadando en los canales o atravesando majestuosamente el Paraná de las Palmas con todo el soberbio busto sobre las aguas. Si el carapachayo tiene una carabina, lo que es raro, lánzale una bala, y entonces el tigre herido se dirige como un rayo sobre la chalana que medio vuelca con sus robustas garras; la lucha del abordaje comienza, y llueven sobre una manaza los golpes de remo y de facón, hasta que una feliz puñalada, como sabe darlas el gaucho, lo tiende de espaldas dejándose llevar a merced de la mansa corriente del río, mientras una variada del ligero esquife pone en disposición al ufano vencedor de aprovechar de los óptimos despojos.

Aquella vida y estas escenas, la locomoción por agua, los canales tortuosos e ignotos, la independencia de bucaneros, y la habitación nómade en dominios tan extraños, dilatados y solitarios, dan un carácter especial al carapachayo y origen a aventuras, costumbres y sucesos singulares. No es raro ver una chalana cargada, que cual tritones remolcan dos caballos, que el gaucho elevado a la carapachaya orden, no olvida el compañero inseparable de su antigua vida de la costa. A la Pampa ha sustituido el ancho río, a la senda el canal, al caballo el buque. ¿Qué hacer con el caballo? Remero.

Una cruz entre los juncales o al pie de un ceibo señala el lugar de alguna catástrofe, un hombre muerto por un rayo o un tigre, un marino que concluye sus días o un carapachayo asesinado.

Las tradiciones del Carapachay no son menos notables y curiosas. La etimología de la palabra guaraní significa, dicen, hombre trabajado, cara arrugada, algo que indica labor, sufrimiento, rudeza. Nombres guaraníes sirven aun para designar los canales, y hay uno que lleva el de Carapachay por antonomasia. Hay recuerdos de las antiguas carabelas, en el arroyo de este nombre y en el canal del Capitán, el arroyo de Toledo, la isla de Valencia. Los españoles cegaron con buques la Espera, antiguo canal del comercio del Paraguay, y a su lado corre la Esperita, donde como hoy en la punta de San Fernando aguardan las embarcaciones viento propicio o que el contrario amainase.

En una de las grandes islas allende el Paraná de las Palmas, que divide el Carapachay Miní del Carapachay Guazú, encuéntranse vestigios de un templo de los Jesuitas, a cuyas inmediaciones se han propagado a más de naranjos y duraznos, perales, membrillos y manzanos. Por donde quiera en América hállanse los rastros de aquella corporación que todo sabía menos encarnar sus obras en el corazón del hombre; mar tempestuoso de civilización y cristianismo que ha dejado sobre todas las playas remotas ruinas del bien que intentó hacer, pero ruinas y no monumentos perdurables.

Los nombres de los arroyos del Carapachay revelan que han sido las islas habitadas por guaraníes o frecuentadas sus aguas por los pescadores, sin lo cual no habrían distinguido con nombres los canales. ¿Dónde están hoy los insulares que han legado en su idioma aquellos nombres? la verdad es que las islas han sido reputadas hasta hoy inhabitables, y mil consejos ridículas mantienen todavía esta creencia. Cuéntase de un francés que, enamorado de las plantaciones de un carapachayo, hubo de comprarle su isla y de regreso a Francia despachó a su hijo con una colonia de obreros. Mas la nave surcó en vano el río, recorrió con la carta los lugares, sin encontrar la isla encantada que había desaparecido sumergida por las creces del Paraná. El Director Pueyrredón poblará su isla cerca de Zárate, y tres mil vacas pacían tranquilas tres años había, hasta que sobreviniendo la inundación perecieron todos los ganados ahogados; porque el Paraná, como el Nilo y los ríos de alta alcurnia, tiene inundaciones periódicas, doblando su caudal por las lluvias de las zonas tórridas que esconde sus misteriosas cuanto lejanas fuentes.

Hasta aquí llega la parte heroica y mitológica de las Islas, de que no podíamos prescindir para dar cuenta de lo que es hoy el Carapachay, a fin de presagiar lo que será mañana.

Nota: Las notas de Liborio Justo referenciadas: nota al pie n° 2 y n°3, corresponde al original de “El Carapachay” que fue corregido y prologado por Liborio Justo.

[1] El presente fragmento pertenece a “El Carapachay” de Domingo Faustino Sarmiento. Fue tomado en su totalidad de la edición de Eudeba de 1975. Se conservaron las itálicas y la puntuación de la edición, independientemente de su concordancia o coherencia.

[2] Hoy se lo conoce con el nombre de Federal (nota de Liborio Justo)

[3] Se trata, en realidad, del ciervo del pantano y no de venados y gamas, que nunca existieron en las islas del Delta (nota de Liborio Justo).

FUENTE:
https://revistacarapachay.com/2015/05/25/carapachay-por-sarmiento/

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