El
creador del mito vampírico de Drácula, nacido hace hoy 165 años, fue un niño
enfermizo que, a fuerza de voluntad de superación, hasta hizo sus pinitos como
atleta. Pero fueron las historias de terror con las que su madre lo distraía en
sus largas convalecencias lo que modeló de forma decisiva la existencia de Bram Stoker.
Bram Stoker se
convirtió en inmortal en el momento en el que engendró el personaje principal
de su gran obra maestra, Drácula. Oscar Wilde dijo de ella que era la
novela más bella escrita jamás y fue la propia obra y, sobre todo, el mito del
vampiro ideado por Bram Stoker
en 1897, lo que eclipsó a su autor convirtiéndolo en el claro ejemplo de
creador devorado por la criatura. Drácula no fue solo una obra literaria
de la época victoriana. Fue mucho más. Desencadenó la pluma de Bram Stoker una efervescente pasión
por el folclore rumano, el ocultismo, los orígenes de este personaje de ficción
marcado por su cercanía a la muerte, a la sangre, a la enfermedad y al
erotismo.
No es que Bram
Stoker sea un escritor merecedor de figurar en el top ten de la
literatura universal, pero sí tiene una producción apreciable como para ser tenido en cuenta. Sin
embargo, los cien años que han pasado desde su muerte -el 20 de abril de 1912-
no han añadido postergación al arrumbamiento. Bram Stoker ya murió
enfermo, olvidado y pobre en una pensión londinense mientras su novela mayor, Drácula,
se reeditaba con éxito razonable. El Drácula de Bram Stoker fue uno de los mitos literarios que mejor ha arraigado
en el imaginario colectivo hasta el punto de que mantiene hoy plena vigencia y sigue
generando nuevas recreaciones artísticas y subproductos tanto culturales como
de ocio.
Dicen sus allegados que en su último aliento Bram Stoker murmuraba «strigoi,
strigoi» («espíritu maligno», en rumano) mientras apuntaba con el dedo a un
lugar en penumbra de la habitación. La escena recuerda a los tristes años
finales del actor Bela Lugosi (quien mejor puso rostro a Drácula),
abandonado en una residencia y con confusión de personalidad, que tan
acertadamente homenajeó el cineasta Tim Burton en su bello pero irregular filme Ed Wood.
Nacido el 8 de noviembre de 1847 en Clontarf, un
pueblecito que entonces aún no había sido absorbido por Dublín, Bram Stoker fue un niño enfermizo. Y
en las largas horas de cama, convalecencia y melancolía fraguó un carácter imaginativo
y amante de lo oculto, alentado por las historias de terror de tradición
gaélica que su madre le contaba para animar sus tediosos días. La invalidez
llevó a Bram Stoker a la
voluntad de superación, pero fue esta propensión a la fantasía, mezclada con el
rigor que le proporcionaron sus brillantes estudios de matemáticas en el
Trinity College y desbordada por la fascinación que le provocó en 1871 una obra
de la pareja de
dramaturgos franceses Erckmann-Chatrian, la que lo conducirá a
abandonar su seguro puesto de funcionario local en Dublín (como lo fue su
padre). La impresión que le produjo a Bram
Stoker la interpretación de sir Henry Irving
en aquella representación teatral lo alentó a publicar su primer trabajo como
crítico en prensa y, de ahí, a conocer a su admirado actor. Poco tiempo
después, este le propuso que ejerciese como su agente y secretario y finalmente
mánager del Lyceum Theatre, tarea que obligó a Bram Stoker a trasladarse a Londres, donde se instaló con su
esposa, la actriz Florence Balcombe (la misma que fue novia de Oscar Wilde,
buen amigo del escritor).
Bram Stoker y Henry Irving,
el tirano
Bram Stoker se convirtió así en mánager,
confidente y hasta esclavo de Irving, a quien terminó dedicando buena parte de
su vida (alrededor de 30 años). Es más, su actitud tiránica se cree que pudo
inspirar, como personalidad vampírica, la construcción de Drácula. De
hecho, dicen que el motor de la escritura de la novela fue un desafío del actor
a Bram Stoker.
Eso sí, vista la fuerza de sus imágenes, el
andamiaje del libro tiene mucho que ver con los conocimientos que del mundo
teatral adquirió Bram Stoker. En
el poder de la atmósfera, y de su personaje (que revisita la figura de
Vlad Tepes, el Empalador), reside precisamente la clave del éxito. Bram Stoker fue miembro de la sociedad
secreta The Golden
Dawn, como lo fueron Yeats, Conan Doyle, Machen, Haggard, Meyrink,
Blackwood o Crowley, quien con su espíritu libre y sus polémicas dinamitó el
ocultismo de esta fraternidad de magia ceremonial.
Bram Stoker y sus ensayos
de Drácula
Al contrario de lo que se ha dicho, la primera
aparición literaria del gran personaje de Bram Stoker no hay que buscarla obsesivamente en el relato El invitado
de Drácula. Este cuento, independiente y no desgajado del cuerpo
principal como se pensó, fue escrito de forma paralela por Bram Stoker mientras diseñaba su obra
mayor y trabajaba en las notas para acometerla, casi como un ensayo.
Dos años después de la muerte de Bram Stoker, el relato fue incluido
por su viuda, Florence Balcombe, necesitada de dinero, en un volumen que reunía
varias piezas breves. Bram Stoker
da cuenta de una aventura en los alrededores de Múnich del invitado inglés de
Drácula que movido por su escepticismo se adentra en un valle en busca de un
pueblo maldito para los habitantes de la zona, y lo hace además a solo unas
horas de la noche de Walpurgis.
No es el único cuento notable del ramillete. Diría
más, Bram Stoker tiene en El
entierro de las ratas uno de sus grandes hitos creativos más allá de la
antología que edita el sello coruñés Ediciones del Viento (siguiendo la versión original de 1914 y
en una nueva traducción).
El invitado de Drácula fue la única novedad editorial
en España con motivo del centenario de la muerte de Bram Stoker, el pasado mes de junio -ocasión que la Fundación Luis Seoane aprovechó para para reivindicar el legado del
escritor irlandés con la exposición Drácula. Un monstruo sin reflejo-,
si bien durante los últimos años, con la resucitada fiebre por los vampiros, sí
han ido surgiendo otras obras relacionadas con el legado se Stoker. En el 2009, su sobrino biznieto Dacre Stoker recuperó con Drácula, el no muerto
el origen del mito con una visión «más actual» y aseguró estar así
cumpliendo el deseo secreto de su antepasado, «mantener viva la historia».
Valdemar, además, presentó otra versión de Drácula que incluye cuatro
piezas reunidas por primera vez por el estudioso Peter Haining. El sello
especializado en literatura fantástica tiene además una edición muy
recomendable de Drácula de Bram
Stoker, preparada por Óscar Palmer.
Drácula: el
origen del mito
Pero,
¿Quién es Drácula? ¿Existió? ¿Es una pura invención de Bram Stoker o tiene precedentes? Más allá de que Bram Stoker se inspirara en el
asombroso príncipe rumano (también llamado Vlad Draculea), que vivió entre 1431
y 1476 y fue famoso por empalar a sus víctimas, Drácula no es más que un
vampiro, una criatura siniestra que se alimenta de la vida de otra, un cadáver
que abandona la tumba aprovechando la noche para succionar la sangre de los vivos.
Esta palabreja (vampir) surge antes de Bram Stoker en letra impresa en
Alemania, pero ya en torno al año 200 Filóstrato el
Viejo traza en Vida de Apolonio de Tiana el primer esbozo de
cuento de vampiros cuando relata la historia del enamoramiento inducido de
Menipo de Licia. Lo que resulta más complejo es averiguar el origen de la
figura, que se pierde en el rastro de los tiempos antiguos entre demonios,
muertos vivientes, fantasmas chupasangres más o menos corpóreos, diosecillos de
dudosa catadura... Así, como recuerda Jacobo Siruela en el ensayo que abre la
antología de cuentos que preparó sobre Vampiros (Atalanta, 2010), las
culturas china, babilónica, hebrea, islámica, griega guardan un lugar para, sea
cual sea su aspecto físico, sus características, una criatura cuya existencia
está indefectiblemente marcada por la muerte, la sangre y un insoslayable
componente erótico.
De la tradición
folclórica al cine
La construcción del mito que popularizó Bram Stoker se va consolidando muchas
veces asociada a la aparición de epidemias, plagas, la peste, la superstición y
los miedos atávicos colectivos que favorecen su propagación entre el pueblo,
como el propio contagio hace con la muerte, la violencia y la locura. Un
escenario típicamente medieval que contaminaba el acervo popular en la Europa
oriental y que vino de perlas a románticos, ávidos de paisajes góticos para
componer sus historias de necrofagia, sexualidad, pecado y horror. Sin embargo,
no puede obviarse que la incorruptibilidad de la carne remite en el fondo a las
ansias de infinitud del alma y, recuerda Siruela, a aquellas palabras de Cristo
que fueron y son, después de Bram
Stoker, el sustento de la consagración de la misa: «Aquel que coma mi
carne y beba mi sangre tendrá la vida eterna». Tabú demoniaco el ideado por Bram Stoker, la promesa de
inmortalidad, contra el que tanto advierte, pero tanto fomentó, la propia
Biblia.
Una lenta metamorfosis lleva al vampiro, hecho
popular hace un siglo por Bram Stoker,
a ir abandonando los atributos animales (alas, garras, cola de pez, ojos
llameantes, similitudes con el murciélago) y lo acerca hacia una morfología
netamente humana (ojos inflamados, tez cerúlea, orejas puntiagudas, uñas
afiladas, cuerpo delgado y encorvado, rostro feo, labios gruesos y rojos,
dientes grandes y afilados). Es esta descripción la que refrenda Drácula,
que ayuda al vampiro a dar el decisivo salto a la literatura desde la oralidad
de raigrambre rural a la que lo confinó, demonizándolo, la Iglesia cristiana.
Bram Stoker sentó el canon iconográfico al
tomar la tradición folclórica y tamizarla en el cedazo de los modelos de corte
aristocrático creados por Polidori (secretario de Byron) y Rumer. Una imagen
que está muy próxima a la que Murnau le confiere a Nosferatu en su filme
de 1922, en parte gracias a la genial interpretación de Max Schreck. Inspirada
directamente en Drácula (el cineasta cambió el nombre para evitar
responder por los derechos de autor ante la viuda de Bram Stoker), esta cima de la escuela expresionista alemana
inaugura la fulgurante carrera cinematográfica del personaje. La aportación
posterior de Bela Lugosi (dirigido en 1931 por Tod Browning) será definitiva en
el esfuerzo por profundizar en la humanización: la dignidad mortificada del
héroe trágico acerca a Drácula al seductor clásico, que ya en contadas
ocasiones aparecerá como un ser abyecto y horrendo. La recreación de Coppola de
1992, Drácula, de Bram Stoker,
sí dará a Gary Oldman esa tortura física de la transformación cual remedo del
doctor Jekyll y míster Hyde.
FUENTE
LA VOZ DE GALICIA
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