viernes, 18 de abril de 2014

CRÓNICAS DE INDIAS

Los viajes de Colón estuvieron guiados por un interés económico: encontrar una ruta hacia el sur de Asia. 
Lo que no sabían en aquella época es que existía el océano Pacífico, por eso Colón creyó que estaba en las Indias Orientales cuando llegó a nuestro continente.

El continente que se llamaría América era un nuevo y desconocido territorio para los europeos, poblado por personas con una fisonomía diferente de la de ellos, que hablaban lenguas diferentes de las de ellos y que tenían una cultura diferente de las de ellos. Diferente no implica ningún juicio de valor. Lástima que los conquistadores no lo entendieron así… y en vez de respetar las diferencias, intentaron eliminarla. En esa lucha desigual entre el europeo invasor y el nativo mucho se perdió: vidas, lenguas, cultura.

Muchos de los que llegaron a estas tierras escribieron notas sobre lo que encontraban, sobre lo que iba sucediendo; a esos textos se los llama crónicas de Indias; CRÓNICAS, porque relatan hechos en orden cronológico, es decir, en sucesión temporal y DE INDIAS, porque ellos creían que habían llegado a las Indias Orientales. Las crónicas son similares a los diarios pero estos son más subjetivos porque el autor/narrador es el protagonista que va relatando los hechos a medida que suceden y registrando las emociones. Las crónicas estuvieron de moda en la Edad Media y sirvieron de fuente de información para la historiografía, la ciencia que se ocupa de narrar la historia. La mayoría de los cronistas de la época de la conquista y colonización de América eran europeos y, por tanto, su testimonio no es neutral sino que presenta una visión etnocéntrica. ¿Qué significa esto? Significa que miraron los hechos desde la perspectiva europea, occidental y católica; una perspectiva que consideraba al europeo-blanco-occidental-católico como el centro (el ombligo del mundo, diríamos hoy) y al otro cultural y lingüístico como lo diferente, lo raro, lo marginal. El etnocentrismo implica la creencia en la superioridad y, consecuentemente, el derecho a dominar al otro. Quien asume una postura etnocéntrica no es capaz de ponerse en el lugar del otro.

¿Las crónicas de Indias son textos literarios o textos históricos?

Esta es una pregunta que puede tener varias respuestas aceptables. Para empezar, tendríamos que definir qué es la literatura. Si consideramos que la literatura se define por su carácter ficcional, es decir, por ser un ámbito en el que los conceptos de real/verdadero y falso/mentira no son aplicables porque el autor no tiene una pretensión de verdad, entonces las crónicas no serían literatura ya que los cronistas pretenden dar testimonio de los hechos. Sin embargo, las crónicas de Indias presentan muchas características que son propias de la literatura como el estilo, que imita al de las novelas de caballería de la Edad Media. Pensemos que los cronistas se deben de haber sentido aventureros descubriendo esta nueva tierra exótica, siendo participantes de un hecho histórico tan importante como el descubrimiento de un continente… ¿no creen que se habrán sentido como los personajes de las épicas y novelas que leían? ¿No creen que se habrán asombrado y les habrá parecido fantástico todo lo que encontraron aquí: animales, plantas, paisajes y costumbres que alimentaron su imaginación? No es raro, entonces, que el estilo de sus crónicas se parezca al de los textos literarios que circulaban en aquella época. Después de todo, la historia es un largo relato que nos cuentan, que nos creemos y que, a veces, descubrimos que ha sido un cuento.

INTERTEXTUALIDAD Y GÉNEROS HÍBRIDOS

Los textos dialogan entre sí, muchos autores toman textos de otros autores y los incorporan (implícita o explícitamente) en sus propias obras. A ese diálogo, a ese entrecruzamiento de textos le llamamos intertextualidad. Además, un mismo texto puede estar construido con varios géneros discursivos, es decir, puede incorporar diversos tipos de textos (poesías, cartas, noticias periodísticas, crónicas, letra de canciones, registros de diálogos cotidianos, entrevistas, ensayos, relatos históricos, etc.). A esos textos que combinan diversos géneros discursivos les llamamos híbridos.

¿Y entonces? ¿Literatura o historia? Ni una ni otra, quizás. Entre la literatura y la historia hay un tercer espacio, una zona de contacto y superposición en la que los límites son borrosos. En esa zona de confluencia, ni la literatura ni la historia tienen soberanía absoluta. Las diversas disciplinas (literatura, música, historia, filosofía, física, política, etc.) son parcelas de un amplio territorio que el ser humano divide para poder estudiar (y conocer) mejor pero esas fronteras que establece el hombre no siempre existen en la realidad.

HISTORIA Y LITERATURA

El primer texto literario de la cultura occidental relata un hecho histórico: la guerra de Troya/Ilión. El gran poema épico español relata la vida de Ruy Díaz de Vivar, el Cid. “El Matadero” de Esteban Echeverría, texto fundante de la narrativa argentina, oscila entre el relato ficcional y la crítica explícita a la situación política y social de la década de 1830. Facundo de Sarmiento también se ubica en ese tercer espacio entre la literatura y el ensayo. Algunos textos de Eduardo Galeanonos regalan espinosas instantáneas sobre la historia latinoamericana. Los textos de Rodolfo Walsh y “Las actas del juicio” de Ricardo Piglia han sido catalogados en el canon de la literatura argentina. El Romance de Luis de Miranda, primer poema escrito por un español en el Río de la Plata, el poema La argentina o La conquista del Río de la Plata de Martín del Barco Centenera, el cuento “El hambre” de Manuel Mujica Láinez y la novela El entenado de Juan José Saer presentan la recreación literaria de un hecho histórico registrado en las crónicas de Derrotero y viaje a España y las Indias de Ulrico Schmidl, en las crónicas de Historia verdadera de la conquista de la Nueva España de Bernal Díaz de Castillo, en Historia Argentina del descubrimiento, población y conquista de las provincias del Río de la Plata de Ruy Díaz de Guzmán, primera crónica del río de La Plata, y en la Carta de Isabel de Guevara.

Romance de Luis de Miranda:

Año de mil quinientos
que de veinte se decía
[...]
La ración que allí se dio
de harina y de bizcocho
fueron seis onzas u ocho,
mal pesadas.
Las vïandas más usadas
eran cardos que buscaban
y aun estos no los hallaban
todas veces.
El estiércol y las heces,
que algunos no digerían,
muchos tristes los comían
que era espanto.
Allegó la cosa a tanto
que, como en Jerusalén,
la carne de hombre también
la comieron.
Las cosas que allí se vieron
no se han visto en escritura:
comer la propia asadura de su hermano.

[...]

La Argentina de M. del Barco Centenera:

Haré con vuestra ayuda este cuaderno
del argentino reino recontando
diversas aventuras y extrañezas,
prodigios, hambre, guerras y extrañezas.

[...]

“El hambre” de Mujica Láinez:

[...] Hoy no queda mendrugo que llevarse a la boca. Todo ha sido arrebatado, arrancado, triturado: las flacas raciones primero, luego la harina podrida, las ratas, las sabandijas inmundas, las botas hervidas cuyo cuero chuparon desesperadamente.[...]

El hambre le nubla el cerebro y le hace desvariar. Ahora culpa a los jefes de la situación. ¡El hambre!, ¡el hambre!, ¡ay!; ¡clavar los dientes en un trozo de carne! Pero no lo hay… no lo hay… [...]

Derrotero de Schmidl:

[...] La gente no tenía qué comer y se moría de hambre y padecía gran escasez, al extremo que los caballos no podían utilizarse. Fue tal la pena y el desastre del hambre que no bastaron ni ratas ni ratones, víboras ni otras sabandijas; hasta los zapatos y cueros, todo hubo de ser comido. También ocurrió entonces que un español se comió a su propio hermano que había muerto. [...]

El entenado de Saer:

[...] el origen humano de esa carne desaparecía, gradual, a medida que la
cocción avanzaba; [...] los pies y las manos, [...] apenas si tenían un
parentesco remoto con las extremidades humanas.

Historia verdadera de Díaz del Castillo:

Hallóse toda la ciudad como arada y sacadas las raíces de las hierbas que habían comido, y cocidas hasta las cortezas de algunos árboles. Agua dulce no les hallamos ninguna, sino salada. No comían las carnes de sus mejicanos, si no eran de los nuestros y amigos tlascaltecas que apañaban. No se ha hallado generación en muchos tiempos que tanto sufriese el hambre y sed y continuas guerras como ésta.

Cap. XII de La Argentina de Díaz de Guzmán:

[...] hambre que sobrevino estaba la gente muy triste y desconsolada; llegando a tanto extremo la falta de comida que había, que solo se daba ración de seis onzas de harina, y esa podrida y mal pesada; que lo uno y otro causó tan gran pestilencia, que corrompidos morían muchos de ellos [...].

Carta de Isabel de Guevara:

[...] Y como la armada llegase al Puerto de Buenos Aires con mil e quinientos hombres y les faltase el bastimento, fué tamaña la hambre, que a cabo de tres meses murieron los mil. Esta hambre fué tamaña, que ni la de Jerusalén se le puede igualar ni con otra ninguna se puede comparar. [...]

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